Cuando Giuliano fue creciendo su mamá, Teresa Márquez, y su papá comenzaron a notar que no gateaba, no los miraba a los ojos y no respondía cuando lo llamaban por su nombre. Cuando empezó a caminar, recién a los dos años, su marcha no era normal. Se caía, se golpeaba, se tropezaba con diferentes objetos y se golpeaba la cabeza contra los muebles.
Desde su nacimiento a Giuliano lo trataba un pediatra que ante las reiteradas consultas de sus padres les decía que “el nene no tenía nada”. Y, aparentemente, los controles de rutina daban bien.
Sin embargo, Teresa y su marido no estaban para nada conformes con esas respuestas y decidieron consultar con la doctora María Virginia Chichizzola, quien al verlo y escuchar lo que sus padres le contaban sobre el desarrollo de Giuliano, les informó sobre un presunto diagnóstico de autismo, que debía ser confirmado por diferentes estudios.
“Me sentí angustiada y confundida”
En septiembre de 2016 a Giuliano, que tenía tres años y dos meses, le realizaron resonancias y encefalogramas bajo sueño, entre otras pruebas, que arrojaron que tenía autismo. “Cuando me dieron el diagnóstico sentí mucho miedo, no sabía a lo que me enfrentaba. Me hice la típica pregunta que nos hacemos todos de “¿por qué a mí“. Me sentía angustiada, confundida y lloré durante todo el regreso a casa”.
“Cuando me dieron el diagnóstico sentí mucho miedo”.
Durante unos días Teresa estaba como en shock. Necesitaba hacer un duelo, aunque sabía que no podía tomarse mucho tiempo porque su hijo menor precisaba comenzar lo antes posible con las terapias: Psicomotricidad, Terapia Ocupacional, Psicopedagogía y Fonoaudiología. “Fue un largo camino donde su evolución fue lenta, pero llevadera ya que el equipo interdisciplinario nos apoyó mucho. Tuvimos que acostumbrarnos a las rutinas y a los horarios”.
Discriminación, tristeza y desilusión
La etapa de la escolarización de Giuliano, cuenta su mamá, fue muy difícil ya que en la ciudad en la que vive se encontró con muchas barreras y desconocimiento en relación a su discapacidad. “Al comenzar sala de cuatro, Giuli era un niño al que aún le costaba estar entre la gente y socializar con sus pares. Nos sentimos discriminados por varias instituciones que pasaban sobre los derechos de mi hijo y nunca nos respetaron”.
Debido a la falta de empatía y de sensibilidad Teresa y su marido decidieron cambiar a Giuliano dos veces de jardín hasta que encontraron una institución, a unos 20 kilómetros de su ciudad, que sí les abrió las puertas para que pudiera terminar la sala de cinco. “Ahí me encontré por primera vez con el apoyo y la empatía de una directora y de docentes que le brindaron un lugar para Giuli donde actualmente se encuentra cursando la escuela primaria”.
Giuliano junto a sus compañeros y docentes.
Teresa describe la relación que Giuliano tiene con sus compañeros y sus maestros como “maravillosa” y cuenta que los chicos aprendieron a integrarlo en su círculo. “Lo apoyan mucho, lo cuidan, lo contienen, le demuestran su amor, pasan momentos muy lindos. A sus docentes las abraza y las besa. Tiene su maestra integradora que también ha logrado avances muy significativos para él”, se emociona.
Encontró la misión de su vida
Pasaron unos años desde que Teresa se enteró del diagnóstico de su hijo y, ese tiempo transcurrido y los logros que él fue mostrando, le permitieron aceptar de manera activa lo que había sucedido.
Y en medio de progresos y de buenas noticias que llegaban del colegio, apareció el coronavirus que, como para todo el mundo, marcó un antes y un después en su vida. No podía seguir llevando a Giuliano a las terapias, pero como no podía frenar todos sus avances decidió comenzar a estudiar la carrera de Acompañante Terapeútico para poder asistirlo en su casa. Sin embargo, en ese momento todavía no se imaginó que podría tratarse de una misión que no solamente serviría para ayudar a su hijo, sino también a otras personas.
Giuliano, su papá y su hermano mayor.
“Lo que más me gusta es poder estar al servicio del otro”
Antes de la pandemia Teresa había trabajado como niñera y cuidando a adultos mayores. Pero a fines del 2020 comenzó a pensar en la posibilidad de tomarse en serio todo lo que había aprendido a distancia. No fue casualidad, las otras mamás, que también tenían hijos con autismo, se acercaban a ella para pedirle un consejo, una opinión y palabras de aliento y de esperanza. “Esas idas y vueltas me ayudaron a ver que podía darles una orientación a otras personas, que podía ayudarlos de alguna manera”.
Y de esa forma se fue animando hasta que su nueva profesión se fue transformando de a poquito en su nuevo trabajo. En estos momentos brinda sus servicios como acompañante terapeútico para una ONG, dicta un taller de Estimulación Cognitiva para adultos mayores.
“Lo que más me gusta es poder estar al servicio del otro, poder brindarle contención, buscar proyectos de vida e incentivarlos a que ellos pueden lograr lo que se propongan”.
Teresa dice que Giuliano le enseñó a ser fuerte y a no bajar los brazos.
El legado de su hijo
Teresa dice que Giuliano le enseñó a ser fuerte, a no bajar los brazos, a poder ponerse metas y cumplirlas sin importar el tiempo que le tomen. Está convencida que él es el motor que siempre la impulsa a ir por más.
“A los padres de hijos con discapacidad les diría que no se rindan, que sigan luchando siempre. No importa los obstáculos que debamos sortear, todo vale la pena por nuestros hijos: cada lágrima y cada sonrisa nos dan el valor para seguir adelante. Y jamás hay que bajar los brazos ya que nuestro amor hacia ellos va a ser infinito y eso nos va a motivar siempre”.