Conocer el clima del pasado para frenar el calentamiento global

Aunque la mayoría de nosotros creemos que nuestra especie ya ha explorado prácticamente todos los confines del planeta, aún quedan lugares en los que jamás hemos puesto el pie. No solo en los fondos marinos, inexplorados en su mayoría. También fuera del agua quedan rincones remotos y vírgenes en los cuales la historia natural de la Tierra permanece prácticamente intacta. Un ejemplo son las cuevas más septentrionales del planeta, ubicadas en Groenlandia, donde la paleoclimatóloga británica Gina Moseley, Premio Rolex a la Iniciativa en 2021, tiene planeado adentrarse en 2023.

Concretamente, esta investigadora de 38 años quiere descender a las entrañas de la Tierra de Wulff, una península ubicada en el Parque Nacional del Noreste de Groenlandia, cuya superficie de más de 970.000 kilómetros cuadrados (casi el 40 % de la isla) lo convierte en el más grande del mundo. Se trata de una vasta área en la que no hay asentamientos humanos permanentes, es extremadamente seca y está alfombrada de permafrost, un suelo helado que actúa como sumidero de ingentes cantidades de gases de efecto invernadero. Si el permafrost llegara a fundirse, esos gases serían liberados a la atmósfera, agravando aún más el calentamiento global. Por este motivo Moseley quiere buscar en el interior de esas cuevas pistas sobre el pasado climático del planeta, que cree serán de gran ayuda para comprender mejor cómo el calentamiento global está incidiendo en el Ártico.

Y es que en este remoto lugar del planeta, una cueva horizontal de la que se ignora su longitud porque está totalmente inexplorada alberga un valioso secreto geológico que Moseley define como una máquina del tiempo: los espeleotemas, palabra procedente del griego que significa «depósitos de las cavidades». Estas bellas formaciones se han creado por la acumulación de minerales, en especial calcita, que, tras ser disueltos por el agua, precipitan generando estalactitas (esas formaciones que cuelgan del techo), estalagmitas (columnas que se yerguen en el suelo) y coladas, acumulaciones minerales que son el resultado del flujo laminar de finas capas de agua sobre la superficie. Lo genial de los espeleotemas es que forman capas, como los anillos de los árboles, y cada una de ellas esconde mucha información de la época en que se originaron. «Estas formaciones geológicas son antiquísimas, se remontan posiblemente a medio millón de años atrás, y se originaron sin duda en una época más cálida en la que había una presencia constante de agua. En las condiciones climáticas actuales no se hubieran podido formar», apunta Moseley.

En las cuevas de la Tierra de Wulff, Gina Moseley buscará información sobre el pasado climático del Ártico que nos sirva para comprender la dinámica del actual calentamiento global.

El agua que en esos tiempos pretéritos hizo posible su existencia llevó a cabo un largo viaje desde los océanos hasta la atmósfera, y de esta al suelo que hay encima de las cuevas. Luego penetró en el interior de estas grutas y fue dejando a su paso depósitos de calcita, que contienen una firma química única, un retrato del pasado climático de la Tierra. El estudio de estas formaciones, añade, «permite averiguar cómo han cambiado las temperaturas y el índice de humedad, si realmente había un suelo encima de la cueva y si estaba cubierto de árboles, hierba o arbustos, entre otras muchas cosas».

Es una interesante alternativa a los testigos de hielo, las muestras cilíndricas que se extraen perforando glaciares y mantos de hielo. Esas muestras, formadas por hielo de distintas épocas del pasado, son la base de la ciencia del clima ártico actual, pero plantean un inconveniente: se funden. «Hasta el momento los científicos han podido estudiar testigos que tienen a lo sumo 128.000 años de antigüedad, procedentes de masas de hielo que aún resisten los embates del calentamiento global. En las cuevas del extremo norte de la Tierra de Wulff podemos obtener muestras con un historial cuatro o cinco veces mayor, en las que se podrían encontrar trazas de épocas pasadas más cálidas y extraer ideas para afrontar la emergencia climática actual», explica. Sin duda es una misión importante porque, según un estudio publicado en 2021 por el University College de Londres, las regiones polares se están derritiendo el doble de rápido de lo que se preveía, amenazando con sumergir ciudades costeras de todo el mundo.

Moseley lleva años soñando con esta expedición, pero las dificultades para llegar a rincones tan inaccesibles le parecían insalvables, pese a haber superado ya unos cuantos retos en este territorio. «En 2015 lideré mi primera expedición a unas cuevas de Groenlandia –recuerda–. Fui con un equipo de cinco personas con el objetivo de averiguar el potencial de esas grutas para la investigación del cambio climático en el Ártico». Fue una gran aventura: tras viajar durante varios días en un pequeño avión, aterrizaron en una pista situada a 80 grados de latitud norte. Una vez allí cruzaron un gran lago a bordo de un bote hinchable para luego caminar durante tres días bajo el sol de medianoche hasta llegar al área prevista. Tres años después, en 2018, exploraron cuevas en la costa este, y en 2019 Moseley acudió por tercera vez a esta enorme isla de hielo, con un equipo multidisciplinar integrado por paleoclimatólogos, geólogos, glaciólogos y un geomicrobiólogo. «La expedición fue un éxito, descubrimos y exploramos cuevas desconocidas y recolectamos muestras para la investigación del paleoclima».

Pero Moseley tenía el ojo puesto en un lugar al que no pudieron llegar. «Se trata de una cueva que había sido fotografiada desde un avión militar del Servicio Geológico de Estados Unidos en 1960 durante la Guerra Fría. Ubicada en una zona libre de hielo, se pudo distinguir la presencia de estalagmitas», explica. Aunque desde entonces su existencia ha espoleado la curiosidad de muchos espeleólogos y exploradores polares, nadie ha podido alcanzarla. Ni esta cueva ni el sistema de cavidades que la circunda. ¿Cómo iba a lograrlo ella?

De repente, en 2021, supo cómo: Moseley fue Laureada con un Premio Rolex a la Iniciativa, unos galardones que desde hace más de cuatro décadas apoyan a personas con proyectos innovadores que mejoran la vida en el planeta, amplían el conocimiento humano, responden a grandes retos o preservan nuestro patrimonio natural y cultural para las generaciones venideras. «Este premio me permitirá hacer mi sueño realidad. Los Premios Rolex a la Iniciativa son el único programa de patrocinio existente que apuesta por expediciones de este calibre», afirma esta científica tan vocacional que se metió por primera vez en una cueva cuando apenas tenía seis años.

Y es que la gesta exploratoria de Gina Moseley no será fácil, pues pondrá a prueba los límites de la resistencia humana. Con el soporte de Rolex y de la Fundación Monte Everest, está previsto que a mediados de 2023 la científica y su equipo, formado por seis personas, lleven a cabo una expedición de dos o tres semanas de duración en la que realizarán una larga y dura travesía a pie a través del hielo y la roca, cargando con las provisiones, y escalarán un imponente acantilado desde el que descenderán en rápel hasta la entrada de cada una de las cuevas para tomar las muestras necesarias. No exclusivamente de los espeleotemas. Quién sabe si quizás encuentren también especies vegetales y pequeños organismos que lleven allí congelados miles de años.

¿Qué secretos ocultarán esos desconocidos habitantes del septentrión? ¿Qué nos contarán de aquellos tiempos pasados en los que tuvieron que afrontar otros cambios climáticos, aquellos de origen natural? Es posible que de ellos, y de la información que se halla petrificada en los espeleotemas, aprendamos cómo mitigar y gestionar mejor los grandes cambios ambientales a los que hoy nos enfrentamos. Gina Moseley quiere llegar al fondo del asunto. Está decidida a penetrar en lo más recóndito de esas cuevas para encontrar respuestas y, a su regreso, contárnoslas con todo detalle. 

La paleoclimatóloga e investigadora británica Gina Moseley fue Laureada de los Premios Rolex a la Iniciativa en la edición 2021. Este artículo ha contado con el apoyo de Rolex, que colabora con National Geographic para arrojar luz, mediante la ciencia, la exploración y la divulgación, sobre los retos que afrontan los sistemas más cruciales que sustentan la vida en la Tierra. Más información en www.rolex.org/es/rolex-awards.

Este artículo pertenece al número de Diciembre de 2022 de la revista National Geographic.

 

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