El viejo debate sobre si un futbolista nace o se hace siempre encuentra ejemplos en favor de una posición y de la otra. Nadie discute que los elegidos juegan con ventaja: traen innatas habilidades que después se enriquecerán con la práctica y la experiencia. Pero, ¿puede llegar a ser crack un apasionado por el juego que no cuente desde la cuna con altas dosis de talento? Dicho de otro modo, ¿es posible aprender tanto como para ser figura irremplazable de un equipo en un mundial? Quienes crean que sí ya pueden ir tomando a Stephen Eustáquio como ejemplo.
El mediocampista central de Porto y de Canadá es un espécimen que no se encuentra fácilmente en el mundo del fútbol, un obsesivo del estudio del juego, casi un nerd capaz de pasarse horas enteras durante las vacaciones familiares revisando videos de viejos partidos para observar cómo podía resolver mejor una acción que no lo dejó conforme.
Eustáquio se unió al proyecto de devolver a Canadá a la Copa del Mundo luego de una paciente espera del entrenador, John Herdman.
La historia de su familia es la de tantas que eligieron migrar en pos de mejorar su situación. Naturales de Nazaré, en la costa portuguesa, los Eustáquio decidieron marcharse a Canadá poco después de tener a Mauro, su primer hijo. Tiempo más tarde, ya en Ontario, nació Stephen. Pasaron siete años y los niños ya sentían un amor irreprimible por el fútbol, cuando los padres decidieron regresar al terruño. Fue en Portugal donde el menor de los dos, el más cerebral, se convertiría en una suerte de detective del juego, un escrutador constante de los movimientos que debe realizar un volante central para achicar, tapar, recuperar y darle salida limpia al balón, y también para gacer pases profundos, rematar desde fuera, pisar el área y llegar al gol.
“Mi padre siempre decía que para crecer en el fútbol debíamos estudiar el juego y que el día en que no lo hacíamos era un día de desarrollo que perdíamos”, cuenta Mauro, y su hermano no sólo lo tomó al pie de la letra sino que incluso fue más allá. En plena adolescencia adoptó una conducta cien por ciento profesional. Dejó de comer fritos y grasas, pasó a dormir las horas necesarias cada noche aunque eso le implicara ser el primero en retirarse de fiestas y reuniones, completaba su preparación física en un gimnasio… y llevar una notebook a sus entrenamientos en União Leiria para registrar los aspectos por mejorar en función del trabajo realizado. En ese momento tenía 14 años.
Desde los primeros picados con los amigos de su hermano, cuatro años mayores, Stephen comprendió que todo lo que hiciera le demandaría sacrificio. Desde chocar contra chicos físicamente más “hechos” para aguantar los golpes hasta cursar cada materia de la prolongada licenciatura en volante de contención que estaba dispuesto a emprender: la ubicación en la cancha, la administración de esfuerzos, los movimientos para ganar metros y segundos en el corte, la recepción de un pase. La inteligencia y lo que algunos de sus entrenadores denominaron “alto cociente intelectual futbolístico” le permitieron aprobar todas con buenas notas.
Al mismo tiempo, el análisis exacto de sus posibilidades empujó a Eustáquio a tomar decisiones que a veces los demás no comprendían. Como abandonar a los 17 años el equipo juvenil de Leiría que se enfrentaba con los rivales más grandes del país para irse a Torreense, de la tercera categoría, porque entendía que para adquirir conciencia táctica y aprender a ganar tiros libres usando el cuerpo le venía mejor un campeonato de gente más veterana, aunque tuviera más bajo nivel.
Cuando en 2017 fichó por Leixões, de la segunda categoría, los resultados de una preparación tan minuciosa comenzaron a ser evidentes. Fue convocado a la selección portuguesa sub 21, que compartió con João Félix y Diego Jota, y el club Chaves, de la primera categoría del fútbol luso, lo sumó a sus filas.
Por entonces, los representantes de su tierra natal ya se habían puesto en contacto con él. John Herdman, el director técnico canadiense, le ofreció unirse al proyecto que estaba armando para devolver al país a la Copa del Mundo luego de 36 años. Eustáquio le pidió tiempo para reflexionar mientras colaboraba en la clasificación de Portugal para la Eurocopa sub 21. Herdman se lo dio. No sólo eso. Cuando poco después el jugador aceptó inesperadamente una oferta del mexicano Cruz Azul y se rompió un ligamento cruzado anterior a los 15 minutos de su debut, Herdman siguió esperando y llamándolo por teléfono. “Hablaron más de una docena de veces”, recuerda Mauro Eustáquio. “Y mi hermano apreció mucho la sinceridad de Herdman”, añade.
Una vez recuperado, Stephen regresó a Portugal, cedido a Paços de Ferreira, y tomó la determinación más importante: “Es hora de volver a Canadá”, comunicó a sus familiares, y le dio el sí al hombre que más interés había puesto en contar con su sabiduría. “Estoy aquí porque conocí a una persona fantástica. Respetó mis tiempos, mis decisiones, y nunca me presionó”, dijo cuando se incorporó al seleccionado, al que le cambió la cara a partir de su estreno, en noviembre de 2019. La respuesta de Herdman estuvo a tono: “Es un jugador clave, capaz de marcar el tempo del partido por sí solo. Un entrenador en la cancha”. Esa computadora estudiosa se estrenará en un mundial este miércoles, cuando Canadá se enfrente con Bélgica a las 16 de la Argentina.
En julio pasado, el nerd que nunca dejó de estudiar llegó por fin a un grande. Porto lo contrató y el mediocampista ya se ganó el puesto: 30 partidos en poco más de tres meses, con 5 goles y 5 asistencias y un altísimo rendimiento general. ¿Quién dijo que un crack sólo nace? Stephen Eustáquio puede demostrar que también se hace. Es cuestión de inteligencia y mucha, pero mucha, voluntad.